El paciente que padece una hernia inguinal presenta un bulto o tumefacción en esta región, aunque normalmente no se presenten síntomas. En algunos casos, se asocia también un dolor leve o malestar que se ve acentuado al realizar esfuerzos. Cuando se produce el agrandamiento de la hernia, ésta se puede atascar dentro del orificio y perder el riego sanguíneo. En este momento, es frecuente que el paciente presente un cuadro de náuseas y vómitos y no sea capaz de eliminar gases o tener evacuaciones intestinales. Si esto sucede, se requiere de una cirugía inmediata. Existen dos tipos:
- Hernia inguinal directa: Este tipo es el que se produce en la zona final del músculo, al lado de la abertura del canal inguinal. Habitualmente se presentan en hombres mayores de 40 años y suelen producirse por envejecimiento o lesiones.
- Hernia inguinal indirecta: Es el tipo más frecuente en los varones y se produce cuando un asa intestinal hace presión contra el canal inguinal. Esta zona puede presentar un defecto congénito lo que supone un factor de riesgo para que aparezcan hernias con el tiempo. Tanto hombres como mujeres pueden padecerla.
A la hora de diagnosticar una hernia inguinal, el especialista puede verla o sentirla a través de un reconocimiento físico. Puede, además, solicitar que el paciente tosa, se agache o levante algo. Es posible que no sea fácilmente identificable en bebés o niños. En el caso de que no sea visible, se solicitará una ecografía para poder determinar el diagnóstico y la localización de la hernia, si la hay. Si existe una obstrucción del intestino, probablemente se realizará una radiografía del abdomen. La cirugía es el único tratamiento que proporcionará al paciente una reparación permanente, aunque puede ser un factor de riesgo en personas con problemas graves de salud. Se repara el tejido debilitado y cierra cualquier agujero, procedimiento que a veces puede realizarse con parches de tejidos sintéticos o mallas.
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